martes, 31 de julio de 2012

Para gustos...colores

Hay gente que no se deja seducir por la arquitectura vanguardista así como así, gente a la que no le acaba de encajar la rotundidad y la plasticidad abstracta creada por una (supuestamente) ingeniosa alternancia entre volúmenes embebidos entre sí y grandes paños de cristal. No es que estén en contra de la modernidad, pues ésta puede ser comprendida e implementada de mil maneras, sino que simplemente dan prioridad a otros estímulos que tienen más que ver con la memoria, con lo sensorial y lo cotidiano; es decir, que se apoyan más en lo cognitivo que en lo puramente visual. Es gente a la que le pone más el crujir de un viejo parqué restaurado o el tacto de un pasamanos o un mueble antiguo de madera que el brillo del acero inoxidable o una mesa lacada y llevada a la mínima expresión. Digamos, para entendernos, que ésta gente entiende y valora más a Rodín que a Oteiza, o prefiere un Sorolla a un Rothko (dejando a un lado sus cotizaciones en Sotheby´s). Ésta tipica casa inglesa es un ejemplo, adaptado al s.XXI, del legado de William Morris (precursor del movimiento Arts & Cafts), el cual sostenía que cada objeto debería tener o retomar algo del pasado, pero dándole un sentido elegante. Por nuestra parte, ninguna pega con éso.

























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